Las diferentes denominaciones y su significado:
sefardí, judeoespañol, ladino, judesmo, judió
Una de las primeras cosas que llama la atención es la multiplicidad de designaciones que la lengua de los judíos expulsados de la Península ha recibido tanto en publicaciones divulgativas como en otras de carácter científico. Este aparente caos denominativo puede llevar a confusiones de cierta importancia desde el punto de vista conceptual y ha constituido también un punto de fricción entre algunos estudiosos del tema. Intentaremos, pues, poner un poco de orden y delimitar los contornos de cada una de ellas (vid. Díaz-Mas, 1986: 100-103; Hassán, 1995: 117-140. También puede verse un resumen del problema en Hernández, 2000: 4 y 5).
Sefardí o español sefardí son los términos que se van
consolidando más entre los especialistas españoles. Derivan de la forma con la
que los judíos españoles se referían a su patria, Sefarad, nombre hebreo con el
que (en hebreo) designaban ya los judíos a España cuando ésta era Al-Andalus. Conviene
tener presente que, en sentido estricto, la denominación sefardí se refiere
exclusivamente a los descendientes de los judíos españoles expulsados de la Península en el siglo XV,
quedando fuera de esta denominación los judíos de otras ramas étnico-culturales
(por ejemplo, askenasíes, el tronco del judaísmo franco-germano-eslavo), los
que vivían en territorio peninsular antes del destierro, aquellos que se
convirtieron y permanecieron en la
Península (judeoconversos), y a la primera generación de los
expulsos, que, aunque son en puridad sefardíes por su origen y situación, se
deben considerar mejor como judíos españoles en el exilio por la gran
identificación cultural con España al no haber existido suficiente aislamiento
respecto a ella. Por eso, muchos judíos sostienen que el judaísmo sefardí es
todo el que se extendió bajo el dominio del Islam desde el Mis_rac («Oriente») hasta
el Magreb («Occidente») y restan importancia al hecho de que una parte de esos
sefardíes (en sentido lato) se fueran hispanizando a medida que la frontera
entre los reinos cristianos y musulmanes se iba desplazando hacia el sur y
mantuvieran, desde su expulsión, una lengua hispánica fuera de España. Esta
forma de entender lo sefardí debe ser tenida muy en cuenta porque, a menudo, está
presente en muchas informaciones sobre sefardíes que aparecen en los medios de
comunicación de masas.
Judeoespañol (o con guión, judeo-español) es la denominación
más extendida para designar a la lengua de los sefardíes en referencia a su
base hispánica y a la fundamental influencia del hebreo: en su grafía aljamiada,
en un gran caudal léxico y, muy especialmente, en el trasvase de rasgos
morfológicos, sintácticos y semánticos que desde la traducción de los textos
sagrados hebreos han pasado al sefardí. Aludiremos a este problema un poco más
adelante a propósito del término ladino.
Judió o jidió (‘judío’), judesmo (‘judaísmo’) son diferentes
nombres dados a su lengua por los mismos sefardíes en alusión directa a su
propia condición de judíos, cuya forma característica de expresión consideraban
que era una seña de identidad frente a otros pueblos en contacto. También
español es una de las formas con las que ellos denominaban al sistema
lingüístico con el que se comunicaban.
Jaquetía es el término con el que los sefardíes de Marruecos
designaban a su dialecto.
Ladino da nombre a la lengua sefardí en contraposición con
la hebrea o, como lo entiende cierta escuela lingüística, a una lengua calco
del hebreo, surgida por motivos didácticos, basada en una traducción literal al
español sefardí de los textos sagrados hebreos, que se utilizaba para que el
pueblo pudiera entender los textos religiosos escritos en una lengua que no era
para ellos demasiado conocida. Este procedimiento de traducción abrió una
polémica a partir de que estudiosos de la escuela francesa, muy especialmente H.
V. Sephiha, 1973, insistieran en la existencia de dos lenguas distintas: una
«lengua calco» («judeoespañol calco»), de carácter litúrgico y escolástico a la
que reservan en exclusiva el término ladino, claramente distinta de la lengua
vernácula. Nuestra opinión al respecto coincide con la de Moshe Lazar, Isaac
Jerusalmi o I. M. Hassán, que explican cómo, de acuerdo con lo que los mismos
ladinadores sefardíes declaran explícitamente, el significado primero que tiene
ladino en sefardí es el de «significación», «interpretación»; después pasa a
designar a la lengua sefardí en contraposición con la hebrea y luego, por
extensión, es —como señala Hassán (1995: 129)— «la denominación castiza que se
da tanto en particular a la lengua más hebraizante usada en traducciones
serviles de la Biblia
y otras fuentes textuales hebreas de contenido religioso (esa que denominan
«calco») como en general a la menos hebraizante lengua sefardí clásica
desarrollada en traducciones no serviles y en obras de libre creación; y no
pocas veces designa la totalidad de la lengua sefardí tanto clásica como
moderna».
Lo cierto es que, con frecuencia, en el uso que del término se hace en la actualidad, se lo convierte en sinónimo de lengua sefardí, aunque algunos puristas lo reservan para referirse a los textos antiguos en los que se leyó algo que estaba escrito originariamente en hebreo. No estaríamos, pues, en presencia de dos lenguas, sino ante niveles estilísticos diferentes de una misma lengua, cuestión absolutamente común en todos los idiomas: el español literario, el de la prensa o el del coloquio no son tres españoles distintos, sino diversos registros dentro de nuestra misma lengua.
Lo cierto es que, con frecuencia, en el uso que del término se hace en la actualidad, se lo convierte en sinónimo de lengua sefardí, aunque algunos puristas lo reservan para referirse a los textos antiguos en los que se leyó algo que estaba escrito originariamente en hebreo. No estaríamos, pues, en presencia de dos lenguas, sino ante niveles estilísticos diferentes de una misma lengua, cuestión absolutamente común en todos los idiomas: el español literario, el de la prensa o el del coloquio no son tres españoles distintos, sino diversos registros dentro de nuestra misma lengua.
Concluyendo, podríamos decir que los mismos sefardíes
denominaban a la lengua que hablaban español o judesmo; ladino, a la lengua
sefardí con la que se traducen los textos sagrados hebreos, y que modernamente
se ha hecho voz sinónima de judesmo, y el término judeoespañol es, en sefardí, un
cultismo tardío que sirve también para designar a su lengua.
Fuente: Centro Virtual Cervantes
Fuente: Centro Virtual Cervantes